Valparaiso es un puerto. En su momento, el más importante de Chile. Conducimos por 105 kilómetros por una excelente carretera y llegamos sobre el medio día.

Es domingo, día de mercado y vocación comercial de Valparaíso se ve en todo su esplendor: en las calles, los comerciantes informales venden todo tipo de cachivaches, nuevos y usados. Sobre el suelo ponen sus ventorrillos y a lo largo de la calle argentina cientos de venteros comercializan sus productos.

Luego pasamos por la Plaza O´Higgins, en donde se encuentra la sede del Congreso Chileno, que fue reubicado en Valparaíso con el fin de descentralizar el gobierno.

Caminamos por la calle Errázuris que bordea la costa hasta llegar al mercado central de Valparaíso. Nos reciben las meseras de los restaurantes del segundo piso, que son su encantador acento porteño, nos enganchan para el almuerzo. Salmón a la plancha, puré de papa, ensalada... El mercado de Valparaíso es un buen lugar para comer.

Luego llegamos hasta Muelle Pratt, el corazón de la movida portuaria y lugar turístico por excelencia. Encuentro a Valparaíso muy bella, una ciudad colorida, única. Y bueno, luego tomamos uno de los doce ascensores que se usan como medio de transporte para subir a los cerros que bordean la Ciudad. Es una lástima que algunos de ellos hayan tenido que cerrar por lo caro que resulta mantenerlos. Son una verdadera joya del transporte urbano en el Mundo.

Es nostálgica Valparaíso, aunque en día domingo es más bien caótica. Me quedaría más tiempo, pero ya son las cuatro y debemos regresar a Santiago a devolver el auto de alquiler.

Fue corta pero inolvidable esta visita a Valparaíso. No basta con ver las fotos para enamorarse de esta ciudad, hay que recorrerla para reconocer su magia.